NORMANDIA




Hubo un tiempo en que los hombres no pensaban, morían.
Hubo un tiempo en que la única verdad silbaba entre líneas enemigas.
Se le llamaba paz al único descanso que volcaba el mundo de una parte.
Se le llamaba guerra a la ambigüedad rompiéndose entre fragmentos de carne.
Siendo testigos de lo que quedó sólo puedo pensar en lo que resta. Tantas cruces inmaculadas formando batallones inertes, tantos recuerdos rozando el fetichismo cruel. Tanta estupidez y entre tanto, unas pocas ambiciones, terribles ambiciones arrastrando generaciones al abismo.
Aún hoy nos dan muerte por una mentira, por el oro negro o por la crecida del poder.
Me pregunto si hemos aprendido algo, si queremos aprender algo o si el alma humana es tan oscura que tan sólo tiene lo que se merece. Quiero pensar que en este momento, independientemente de las circunstancias, la esperanza está enseñando el camino al hombre. Debemos ser libres por encima de cualquier circunstancia.
Existe cierto aire de debilidad en el que no lucha, pero no en el que no se rinde.
Proyectamos un viaje para conocer qué había sido de aquel desembarco, para apreciar el flujo de la vida entre los caminos devastados de otra época, las ciudades en ruinas, el alma destruida.
Nos encontramos con gente sonriente, con librerías en todas las calles, en todos los lugares, estanterías para todos los gustos, de todos los colores; un ambiente bohemio, casi informal y el resurgimiento de un sueño sesenta y cinco años antes, la vida.
La cultura salvará al hombre. Normandía es el mejor ejemplo. Nada como abrir un libro y adentrarse en su magia para olvidar el tacto del gatillo y pensar dos veces, si en una guerra, en cualquier guerra, al que se elimina o mata no es al enemigo, sino a uno mismo.
Todavía hoy nadie duda que algo o todo está pendiente entre líneas, pero que sean versos los que formen. Nadie niega que se planteen tácticas, pero que sea la verdad sin retórica la que ensalce la belleza. Nadie desconoce las sombras del alma humana, pero que sean palabras las que tomen el testigo, palabras que emanen sentimientos elevados, capaces del hombre.
Hoy desde este texto quiero que todos nos desnudemos juntos, que caigan todos los uniformes; porque el ser que debe habitarnos a todos es y puede ser quien haga sentir el orgullo a las generaciones venideras del auténtico reto que alberga este mundo. Convivir en armonía y disfrutar siendo nosotros mismos. Y repito:
Existe cierto aire de debilidad en el que no lucha, pero no en el que no se rinde. Luchemos todos juntos. Sabemos que es necesario, sabemos que es posible.

Juanjo Galíndez.

YORK








Despierto en cambio,
aires pareceres,
amputado perpetuo espíritu,
niño lagarto.
Colándome en afán
despierto entre habitaciones,
duermo limpiando el cielo,
cielo transparente.
Dislocada lengua,
atrofiado paladar,
revoltosa mente.
Retornando arduos rasgos,
buscando llaves que abran
cerraduras de colores.
Largos caminos empedrados,
testigos guijarros anglosajones.
Es fácil ser feliz en York,
quebrarse en Helmsley.
Pienso en lo que quedó,
atiendo a un árbol,
rezo a la vida,
de repente, fluye y surge,
la lejana sonrisa, macerado inerte,
ilusiones estelas
galopando a su suerte.
Ese que yo era, sigue,
entre claves ojos,
sobre vocablos viento,
más que palabras, sentimiento.
Este mundo no vive al margen,
lo llevo dentro,
Él no me atrapa, aunque quiere…
Será que soy libre.