Por estar a tu lado




El periodista de cuero
se cuela invitado.
Sus ruedas no despejan
perfil,
recomiendan lágrimas
recorriendo juntas
escapes fumados.
Consuela la vejiga suave,
alegría en sus cantos,
susurrando hacia dentro,
relamiel de tus labios.
El periodista de cuero
busca el mundo
deseando morir.
Anoche le preguntaron
que qué contemplaba...
Anoche.
Sus armas son brazos,
siempre y confiado,
por eso no llora,
sorbe sonriente
dulce y salado.
El periodista de cuero
no existe, le viste
palpitando.
Prueba a colarte
entre posos
de cromado.
El periodista de cuero
no existe,
le inventé
por estar a tu lado.

NOS OBSERVAN...




Durante esta segunda etapa de mi estancia en el Reino Unido estoy descubriendo muchas más cosas de las que imaginaba en un principio. La Merodeadora me lleva por estas carreteras serpenteantes entre valles y bosques que parecen atraparnos a ambos. Los olores penetrantes, el colorido de las villas y algún que otro dolor de espalda surgen por los más de 3000 kilómetros realizados en estas dos semanas. Cualquier oportunidad es aprovechada para no dejar un hueco pendiente en este país tan apático en su climatología pero tan afable entre sus gentes. Ella no se queja lo más mínimo, es más, me anima con brio a seguir abriendo gas. Todavía no hemos dado el gran salto hacia Escocia, pero ya venimos avisando llegando al límite de su frontera en ambas costas. En la costa este el día fue soleado, casi como en España, Whitby era una fiesta. En la costa oeste todo cambió. Al llegar a Scoth Corner comenzó a llover con fuerza, sin indicios de revancha. Tuve que frenar en un apeadero para ponerme el traje de agua antes de empaparme. Cuando cabalgábamos por las altas llanuras el viento golpeaba con fuerza y yo me agarraba al manillar pensando cuándo pararía. La merodeadora perdió el estribo derecho, seguramente como consecuencia de las vibraciones del motor en la autopista, y por qué no reconocerlo, también a causa de mi negligencia al no fijar la tornillería como debería haber hecho antes de un largo viaje. Comí dándome una tregua con un ojo puesto en lo que ya parecía el diluvio, y yo a más de trescientos kilómetros de casa intentándome concentrar en el surtido de salsas desconocidas para mi paladar, maldiciéndome por no haber previsto lo sucedido. Continué por la carretera que bordea el Atlántico hacia el norte, la lluvia me dio una tregua y aproveché para parar en un pequeño pueblo costero de bonito nombre: Maryport. El pueblo estaba prácticamente desierto, fuimos buscando el infinito y llegamos al final de un solitario espigón desde el cual se podía ver el muelle y atisbar el océano. Pensé en sacar unas fotos, la moto estaba aparcada al pié de un poste. Enfoqué la moto y al ir a enfocar vi que era yo el observado. No daba crédito a lo que veía, debo reconocer que en un día gris, al final de ese espigón, sin nadie más no unicamente allí, sino en lo que alcanzaba mi visión... Se me erizó el vello, y no de frío precisamente... Una caja negra fijada al poste, a unos tres metros de altura, en la que no había reparado, porque no era más que una caja negra en lo alto de un poste momentos antes, se encendió sobre la moto y un gran ojo apareció ipsofacto. El ojo "humano" me seguía en mis movimientos. No se trataba del efecto que producen ciertas miradas reflejadas en determinados cuadros... El ojo parpadeaba y continuaba mis movimientos como si realmente una persona me estuviese observando. Es más, me estaban observando. Por un instante pensé en que quizá también me quisiera decir algo, me acerqué, pero no escuché nada, tan sólo vi como bajaba su párpado hasta mirarme desafiante desde su puesto, desafortunadamente el ojo transmitía sensaciones no demasiado halagüeñas, parecía sentirse incómodo con mi presencia. Le enfoqué una primera vez y al sacarle una foto parpadeó. Manda cojones, pensé... Si al final le voy a tener que poner el corrector de ojos rojos de la cámara y todo... En el último intento le pillé de imprevisto, arranqué la moto y me fuí a lo alto del pueblo a observar el horizonte y sentir su viento. Definitivamente el horizonte no nos iguala, porque hay muchas diferencias entre diferentes horizontes, diferentes iguales no igualan, el horizonte de la costa oeste de Inglaterra es más amplio, más ancho y seguramente más profundo que el del Cantábrico. Casi olvidé que hacía tan sólo unos minutos me observaban, me pregunto por qué, me pregunto si en algún momento dejarán de observarnos. Las fotos que saqué son inmóviles testigos de mi destino aquí, tan ávido de movimiento. George Orwell no escribió 1984 para que unos paletos se volviesen multimillonarios con un programa de tv. llamado gran hermano. Benditos paletos forrados y bendito G. Orwell, bendito pobre ojo atrapado en lo alto de un poste en medio de la nada, si girasen su vista al océano su pupila mutaría del gris a los sueños. Benditos todos ellos y benditos mis viajes en moto... Amén.

ÚLTIMA MIRADA AL CANTÁBRICO




Mi última mirada
bahía ondea.
Mi última mirada
merodea tus aristas.
Se aleja flotando,
reza a la espuma,
caliza melancolía.
Mi última mirada
zarpa el pecho
de este hombre loco,
pero no de atar.
Mi última mirada
rezuma aguas benditas,
sal ininterrumpida.
La última mirada
deja a la madre
en la orilla,
y el hijo,
sin querer queriendo,
diseña la escapatoria
a su mirada;
si la siguiese, agitado,
me hundiría.