LOS ILUSTRES CHAPOTEOS.




Cuando vine aquí vine de una forma sencilla, rodeado de un mar azul en suspensión, sin frío ni calor haciéndome sospechar el contraste que me encontraría ahí fuera.
Cuando comencé a sentir la brisa unos días y el viento otros. O cuando paseaba junto a mi tío Tavo por la alameda los días lluviosos y él me decía que mojarse la cabeza era sanísimo.

Cuando descubrí lo que las letras de colores de la contraportada del argos podían despertar en mi cabeza regada, uniéndolas, sentado en las rodillas de mi madre, siguiendo su dedo, para descubrir después las palabras que encajaban con armonía y significaban historias narradas por seres mágicos que vivían adentro…

Cuando mi maestro, Francisco Santamatilde, me hablaba de la sinceridad de la voz interior, para que la diese un sitio mejor al compartirla e intentara transmitirla sin artificios, sin petulancias formales y códigos ornamentales.

A medida que he ido conociendo un poco más cada vez, de la vida, en la vida. Siempre que he creído que no aprendería de mis errores, en esa pausa que da un abismo, fatal, en que el tiempo no existe y el futuro se recoge en la frustración de su cuerpo. Algo que siempre pasa y se supera si das lo mejor de tí mismo.

Después de todo, hasta ahora, pienso… ¿Qué habrán aprendido, sentido o experimentado esos poetas de corte académico y mente rebuscada que hablan de “las tesis divagatorias de la poesía de izquierdas…” O “el arte de los efectos, palabras e imágenes a partir de un artículo de Patricio Pron?” No sigo con los ejemplos. Creo que sobran. Son muchos, sobre todo aquí, en Santander, en este ambiente literario. Pero creo que es extensible a muchas más ciudades. Lo único cierto es que yo no les entiendo, les leo, por curiosidad, por empaparme quizá de su conocimiento (suele tratarse de poetas en cierto modo reconocidos, en la vanguardia poética) pero debo reconocer que no entiendo un ápice su sentido y siento aún menos empatía hacia sus textos.

Llegado el momento de plantearme ni me planteo un interrogante más al respecto. Todos ellos, con su intensidad y plumaje, se hacen sábanas con currículums, y elaboran pastillas de jabón con sus premios otorgados por jueces que lograron entender (o quizá no lo intentaron siquiera) esos palabros desgastados y vacíos que en sí mismos llaman a una inteligencia tan excelsa que no viste más que cualquier rey desnudo. De verdad, que nadie piense que envidio nada de ellos.

Creo en la amplitud y variedad que tienen cabida en este vasto mundo. Seguramente yo fije más mi atención en otro tipo de textos, afines a mi propia experiencia, en todo sentido. Quizá ellos paseaban de pequeños con gorros de plástico que les resguardaron de la lluvia pero impidieron el buen flujo, empapándose en su sudor seco, de sí mismos… No lo sé.

Yo sigo sin tener paraguas, para bien y para mal. Enseñando el lomo azulado lentamente antes de bucear de nuevo, mimetizándome en silencio, cada vez que intento rescatar algo del vientre de este océano. Sin chapoteos.

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